lunes, 4 de junio de 2018

Persiguiendo su propia sombra

Persiguiendo su propia sombra


El ajuste está siempre detrás del déficit fiscal


por Lic. Guillermo Moreno, Lic. Norberto Itzcovich, Dr. Claudio Comari

Caracterizamos como supercrisis el actual escenario, en el que el gobierno se ocupó de hacer concurrir los desequilibrios fiscales que originaron la crisis de 1989 con los del sector externo que desencadenaron la de 2001, con el agravante de que ambos fenómenos se potencian mutuamente.

En fuga hacia adelante, el oficialismo enfrentó las tensiones cambiarias devenidas de la agresiva dolarización de carteras de inversión (producida a partir de la caída de la demanda de la moneda local), con una inconcebible suba de las tasas de interés.

Con ello consiguió, transitoriamente, sofrenar la devaluación de la moneda nacional, pero a un costo enorme, inclusive superior al que hubiera generado la continuidad de la corrida cambiaria.

Con la consolidación de las tasas de interés en niveles usurarios, también se ratificó la desaparición del crédito comercial, obligando a las empresas a reducir bruscamente sus operaciones.

Al descenso del consumo masivo generado por la pérdida de poder adquisitivo debido a la traslación a precios de la modificación del tipo de cambio, se suma la descomunal disminución de transacciones en el comercio mayorista.

Pero el gobierno, desconociendo estos antecedentes, actúa como si sólo atravesara una transitoria dificultad en la balanza de pagos, apostando a su financiamiento mediante un contrato de mutuo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Su rúbrica estará sujeta, entre otros aspectos, a que los parámetros económicos que debe contener presenten un principio de cálculo cierto al momento de su incorporación en las cláusulas del acuerdo. Sin embargo, las circunstancias económicas nacionales dificultan al extremo tal cuantificación, de modo que podrían condicionar, ya sea en estadios iniciales o mediatos, la materialización de los desembolsos solicitados o, incluso, la propia suscripción del contrato.

El prestamista


Cuando en 1944 comenzó la conferencia monetaria y financiera de las Naciones Unidas en Bretton Woods, Estados Unidos, los líderes y representantes de los 44 países participantes, se abocaron a diseñar el orden económico de la posguerra para occidente, mientras el mundo enfrentaba las consecuencias de la II Guerra Mundial.

Allí prevalecieron las propuestas norteamericanas, representadas por Harry D. White, Secretario Adjunto del Tesoro de los EE.UU., por sobre las de la delegación británica, encabezada por John M. Keynes.

Como parte de los acuerdos, al finalizar la conferencia, se creó el FMI y se concibió el Banco Mundial (BM).

Según el propio FMI, su misión "consiste en asegurar la estabilidad del sistema monetario internacional; es decir, el sistema de pagos internacionales y tipos de cambio que permite a los países y a sus ciudadanos efectuar transacciones entre sí". Más allá de su papel en la supervisión de las condiciones económicas a nivel nacional, regional y mundial, y en la asistencia técnica y asesoramiento a los gobiernos de los países miembro, su principal rol es el de brindar recursos financieros a los estados nacionales que los soliciten, para la atención de desequilibrios en la balanza de pagos.

Explícitamente, el organismo define que, cuando un país obtiene un crédito del FMI, "su gobierno se compromete a ajustar la política económica", tanto para superar los problemas que le llevaron a solicitarlo, como para garantizar que ese estado será capaz de reembolsar el principal y sus intereses.

La mayor parte de ese financiamiento se otorga por medio de desembolsos escalonados, supeditados a la aplicación de medidas en el marco de determinadas políticas (por ej. referidas a la administración del comercio exterior e interior) y criterios de ejecución y metas cuantitativas (como los agregados monetarios, las reservas internacionales, los saldos fiscales o los empréstitos externos), que son las variables que están bajo el control de las autoridades nacionales.

El solicitante


En nuestro último artículo, "El discurrir de la supercrisis", advertíamos que "en julio, cuando la Afip informe la recaudación impositiva efectuada durante junio, producto de la baja de las ventas del mes de mayo, reflejará una brusca caída".

Ello es consecuencia de que se han conjugado:

► la baja del consumo por pérdida de poder adquisitivo de los ingresos populares,

► el descenso en el flujo de las ventas mayoristas por restricción del crédito comercial, y

► el incremento de la morosidad de las obligaciones tributarias como financiamiento alternativo, dado el diferencial entre las tasas de los punitorios y las que se observan en el mercado.

Así se ingresa en un círculo vicioso en el que la baja de la actividad económica se expresa en la caída de la recaudación impositiva, sin solución a la vista que pudiera interrumpir dicha dinámica.

A su vez, tal situación se verá agudizada por:

► el déficit cuasifiscal del BCRA (diferencia entre intereses pagados y cobrados) que continúa en aumento producto de la expansión de las emisiones de sus instrumentos y de las crecientes tasas de interés;

► el efecto Olivera-Tanzi (se recaudan impuestos sobre precios viejos para ejecutar gasto a precios nuevos),

ya que contribuirán a seguir espiralizando el déficit fiscal.

Al respecto, tampoco serán de utilidad los eventuales recortes a las erogaciones presupuestarias, que por cierto auguran la incorporación de un componente recesivo adicional, dado que la caída de los ingresos tributarios, en velocidad y magnitud, supera holgadamente cualquier disminución de los gastos públicos y, por lo tanto, se ingresa en un espiral que deja indeterminado el déficit fiscal total.

La imposibilidad de cuantificarlo, tratándose de uno de los parámetros de mayor relevancia, podría condicionar la materialización del acuerdo con el FMI.

Yendo a ninguna parte


Como hemos mencionado, la supercrisis es la conjunción de dos desequilibrios en tiempo y espacio: el fiscal y el externo.

En el imaginario del oficialismo, el acuerdo con el FMI serviría simultáneamente a ambos fines, olvidando la regla de Tinbergen, según la cual, para cada objetivo se necesita un instrumento, y planteando así propósitos de imposible consecución.

En consecuencia, la solución que permita resolver ambos desequilibrios requiere de otras medidas tanto en cantidad y como en cualidad.

El (im) probable acuerdo con el FMI es claramente insuficiente, dado que, a lo sumo, operaría como paliativo transitorio en el frente externo.

Por su parte, el implícito ajuste del gasto que, desde el marco de decisiones del gobierno, tendería a mejorar las cuentas públicas, iría siempre por detrás del incremento del déficit fiscal por caídas de recaudación.

Así, como si persiguiera su propia sombra, en cada paso que da hacia su objetivo, el Gobierno, simultáneamente, se aleja de él.

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