lunes, 26 de marzo de 2018

Acuerdo UE-Mercosur: ¿innovación o desuetudo?

Acuerdo UE-Mercosur: ¿innovación o desuetudo?


por Lic. Guillermo Moreno, Lic. Norberto Itzcovich, Dr. Claudio Comari

El abordaje sobre la temática internacional se desarrolla actualmente enfrentando dos corrientes principales. Una de las líneas argumentales entiende que eventos como el Brexit o la implementación de políticas proteccionistas por parte de la administración norteamericana, constituyen sólo singularidades que no modifican el proceso globalizador. La otra, por el contrario, pone el énfasis en tales singularidades, interpretándolas como hitos estructurantes del nuevo orden mundial.

Como ilustra el papa Francisco, la figura geométrica que representa la primera de las vertientes es una esfera donde los puntos que la conforman, todos equidistantes del centro, son uniformes y no se distinguen entre sí. En contraste, la segunda opción es simbolizada por un poliedro irregular, en el cual cada una de las caras, desde sus propias especificidades, integran un todo.

En este marco analítico debe insertarse la caracterización del acuerdo UE-Mercosur. Podrá representar un trampolín sobre el que se articulará el aparato productivo argentino, visto desde la primera perspectiva, o nacerá obsoleto y se tornará intrascendente, desde la segunda.

Las dimensiones política, económica y militar del poder mundial


La caída del muro de Berlín, y la posterior desintegración de la Unión Soviética, permitieron suponer que Rusia se retiraba de las grandes ligas, salía del grupo de países protagónicos, y aún se ponía en duda que alguna vez pudiera volver a integrarlo.

Tanto es así que, en la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno del G-20, que se celebró en noviembre de 2014 en Brisbane, Australia, el presidente ruso, Vladimir Putin, se retiró antes de su finalización luego de que varios líderes internacionales le reprocharan su actitud en la "cuestión Crimea". Por primera vez en mucho tiempo se dejaba de lado a Rusia en el núcleo duro de la toma de decisiones mundiales.

Finalizada la reunión, Putin afirmó: "Tratan continuamente de acorralarnos porque tenemos una posición independiente", y agregó: "Si comprimes el muelle hasta su límite, regresará a su posición inicial de manera violenta. Recuérdenlo siempre".

Aquel desaire resultó un punto de inflexión. Los enfrentamientos entre el presidente ruso y el bloque occidental liderado por Barak Obama fueron conformando un crescendo de tensión.

Con posterioridad, la irrupción en escena de Donald Trump modificó dicha situación. El actual presidente norteamericano, aún en un escenario no exento de desavenencias, reconoce la impronta de Rusia en el concierto de las naciones. Ello se deriva no tanto de su trascendencia económica, (el PIB ruso es el doble que el argentino, mientras que el de EE.UU. nos supera en casi 35 veces), sino de su poderío militar, tanto de las fuerzas terrestres convencionales, como del arsenal de misiles, incluidos los provistos de ojivas nucleares, los más modernos de los cuales fueron "presentados" recientemente en sociedad por el propio Putin.

En contraste con el resurgimiento del potencial militar ruso y con la aceleración del crecimiento de la economía norteamericana (basada en la ganancia de productividad resultante de su revolución energética), se observa una desdibujada imagen de la Europa integrada, como lo confirman el proceso del Brexit y los resultados electorales en Italia, Polonia y Austria, entre otros. El viejo continente, liderado por Alemania, intenta preservar su unicidad, insistiendo en el libre comercio intra y extra zona. Junto a él, la República Popular China, cual oxímoron político, defiende la globalización con su partido comunista a la cabeza.

Una visión que atrasa


El nuevo orden mundial destina al ostracismo a los organismos multilaterales otrora relevantes. Muestra de ello es la intrascendencia de la reunión de representantes de la OMC en Buenos Aires, en diciembre pasado, que el gobierno intentó mostrar infructuosamente cómo un acontecimiento prominente, así como la deslucida visita que la titular del FMI, Christine Lagarde, realizó recientemente a nuestro país con motivo de la reunión de ministros de economía y presidentes de bancos centrales en el marco del G-20. Recuérdese cuando en otras épocas, segundas y terceras líneas del FMI arribaban a Ezeiza, concentrando las expectativas de los agentes económicos.

Llegado este punto, es oportuno recordar el concepto "desuetudo", que en términos jurídicos describe la situación de una norma que, al no responder al contexto social para el cual fue dictada, cae en desuso, porque ese es el camino que, inexorablemente, seguirá el acuerdo de libre comercio entre la UE y el Mercosur, si finalmente el gobierno logra estampar su firma en él, con el agravante de que, al parecer, es su principal apuesta en materia de comercio internacional.

Mercado para nuestras empresas


Hoy el debate en el mundo ya no gira en torno a una geopolítica horizontal, que fue la que tipificó, con sus distintas intensidades, la guerra fría hasta el último cambio de mando en Estados Unidos. La realidad actual parece requerir, en cambio, un análisis vertical, alineando de un lado a los globalistas, sean estos liberales o socialdemócratas, y del otro a las diversas corrientes del pensamiento nacional, que priorizan las condiciones endógenas en sus modelos de desarrollo.

Esta última perspectiva, lejos de constituir una posición dogmática que lleve al aislamiento, debe coadyuvar a la posibilidad de imprimir a nuestra economía la velocidad de crecimiento y distribución del producto que le es propia, y que a su vez genere las condiciones imprescindibles de competitividad internacional de nuestros bienes y servicios. Esto es, una apertura oportuna e inteligente.

El primer interrogante que un empresario se formula es dónde comercializará su producido, siendo obligación de los gobiernos brindar el mayor grado de certidumbre posible al respecto.

Sin duda, el primer mercado, constituido por la demanda doméstica, es el más accesible. Para ello deben generarse las condiciones de administración del comercio exterior que permitan a las empresas locales tener un rol hegemónico en su abastecimiento.

Por otra parte, los mercados externos, en una adecuada inserción internacional, deben fungir como complementarios, posibilitando a las unidades productivas locales avanzar en la búsqueda de su óptimo económico.

Para instrumentar aquellas políticas que propicien el mejor desempeño empresarial, se requiere por parte de los gobernantes, una correcta interpretación de la direccionalidad que está tomando el comercio mundial. Las visiones al interior del actual oficialismo, que priorizan acuerdos de libre comercio como el de UE-MERCOSUR, conllevan el descuido del mercado interno, favoreciendo la competencia desigual por parte de oferentes extranjeros, al tiempo que perturban los planes de negocios.

Resulta imprescindible que el debate que atraviesa el mundo empresarial en rededor de ese acuerdo, enmarcado en las dos corrientes de pensamiento que interpretan el mundo actual, se extienda al conjunto del entramado social.

De allí deberá surgir el correcto análisis que permita el pleno despliegue de las potencialidades de nuestro aparato productivo.


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