lunes, 12 de marzo de 2018

Lo peor no pasó. Por las dudas... no insistan

Lo peor no pasó. Por las dudas... no insistan


por Lic. Guillermo Moreno, Lic. Norberto Itzcovich, Dr. Claudio Comari

Aunque desde nuestro antagonismo hacia las políticas económicas del Gobierno pudiera parecer paradojal esta afirmación, el mensaje presidencial a la Asamblea Legislativa fue un momento tranquilizador a nuestros oídos.

No es que creamos en su frase hecha "lo peor ya pasó", o que no hayamos reparado en las inexactitudes y falacias contenidas, sino que, en la ausencia de anuncios sustantivos en materia económica, radica lo central del discurso del Presidente.

Dos meses atrás señalábamos que "el Gobierno debiera resignarse a su fracaso y dedicarse con meticulosidad a administrar, de la mejor manera posible, el tiempo que le resta hasta alcanzar la meta". El Presidente de la Nación pareciera haberlo comprendido.

De allí que haya resistido exitosamente la tentación de apelar a "jugadas maestras" o planes salvadores que, como la fallida conferencia de prensa del pasado 28 de diciembre, sólo traen más riesgos de incrementar los desequilibrios en los que transita nuestra economía. La aparente confirmación de que se archivaría el proyecto de reforma laboral se inscribiría en la misma tónica, eludiendo así innecesarias confrontaciones.

Tal aceptación de la (cruda) realidad es un mérito que vale reconocer al primer mandatario; no es el caso de algunos de sus principales ministros quienes, dominados por las sensaciones de impotencia (Nicolás Dujovne) o desesperación (Francisco Cabrera), no cesan de proferir destempladas declaraciones.

Se suman más espadas de Damocles


Poco a poco, los diagnósticos y pronósticos que hemos desgranado en estas páginas se van cumpliendo, componiendo un irreversible cuadro de creciente complejidad.

En la economía real, los componentes de la demanda agregada continúan deteriorándose:

► el consumo continúa su pendiente negativa, provocada por el propio gobierno a partir del incremento del precio de los alimentos y otros gastos esenciales como tarifas, agudizado con que alcanzó su límite el endeudamiento de particulares,

► la inversión privada permanecerá retraída mientras las perspectivas de ventas, internas y/o externas, no insinúen rentabilidad razonable,

► la inversión pública no puede seguir aumentando sin elevar aún más el nivel explosivo del déficit fiscal, y

n las exportaciones enfrentan los problemas de competitividad que arrastra nuestra economía.

A ello se suma el imponderable de los estragos que la sequía está causando en los cultivos, cuyas proyecciones de cosecha han debido ajustarse día a día a la baja y que redundarán en un deterioro en el producido de, al menos, 20 millones de toneladas, afectando en medidas asociadas al conjunto de las actividades conexas.

De ello se desprende un panorama aún más desfavorable que el que ya se preveía, incrementando los abultados déficits comercial y de la cuenta corriente de la balanza de pagos; por lo mismo, aumenta la necesidad de ingreso de divisas a través de préstamos, tanto como las presiones sobre el tipo de cambio.

El nuevo orden mundial, sobre el que también hemos abundado en esta columna, comienza a provocar las consecuencias anunciadas.

Por una parte, la demanda de financiamiento de la pujante economía de los EE.UU. complejiza y encarece el acceso al crédito internacional y, como lo habíamos pronosticado, el dólar se fortalece.

Por la otra, las consecuencias de la caducidad del "Consenso de Washington" y de sus instituciones regulatorias, empieza a manifestarse con mayor intensidad, proceso que no tiene marcha atrás, ya que se opera en simultáneo en todas las dimensiones del poder: el político, el económico y el militar.

Aún sabiendo que el oficialismo no dejará de "abrazar la globalización", ello no debe inhibir la reflexión de la sociedad sobre el aprovechamiento de las ventanas de oportunidad que las nuevas condiciones ofrecen.

Las restricciones que la economía norteamericana impone a sus competidores no sólo afectan las posibilidades de ventas directas, sino que someterán a nuestros productores a la competencia con mercancías que deberán buscar nuevos destinos.

Vanas serían las esperanzas de quienes anhelen que esto se revierta. La respuesta de Trump a las airadas protestas fue "las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar". Las amenazas de retaliación que profieren los países afectados no tienen posibilidad alguna de materialización, debido a la desproporción entre las economías contrincantes.

Asimismo, la importancia de los EE.UU. en la tutela militar de Europa, impide imaginar cualquier escenario que derive en la prescindencia de la superpotencia.

Un infeliz intento de "jugada maestra"


La inconsistencia macroeconómica que subyace al corriente esquema impide que el actual derrotero nos lleve a buen puerto. Los golpes auto infringidos y los que los mercados internacionales propinan, agravan el panorama.

La desdichada conferencia de prensa mencionada no hizo más que contagiar el desconcierto en el que el gobierno está sumido, al resto de los agentes económicos; en la tensión que se observa entre las tasas de interés y el tipo de cambio quedaron sepultados los sueños de estimular las inversiones productivas.

En tal contexto, urge que el gabinete de gobierno se encolumne homogéneamente tras la nueva actitud presidencial, en busca del imperio de la serenidad.

Que Dujovne confiese, rememorando al ex ministro Pugliese, que sólo le queda su voluntad para luchar contra el flagelo inflacionario, equivale a un certificado de impotencia. Lo mismo cabe en cuanto al ministro que, emulando las "chicanas" a un dirigente sindical, rotula de "llorones" a los empresarios, sin entender que la ausencia de inversiones no responde a "falta de ganas", sino a la imposibilidad de obtener rentabilidades adecuadas.

Tanto uno como el otro confirman la ignorancia de las dinámicas de las materias que les competen, pero lo más grave es que así conspiran contra el razonable objetivo de "no hacer olas" en un contexto que se presenta inclemente.

La consigna es evitar el colapso


Paso a paso, el gobierno fue construyendo un escenario que, por las situaciones fiscales, monetarias y cambiarias, rememora a los de 1989 y de 2001.

El deber gubernamental es el de coordinar las decisiones de los agentes económicos; nada aporta a tal cometido que se ataque al sector privado (sean trabajadores o empresarios). Si las dificultades (hasta hoy) no se han expresado en modos más virulentos, es debido a los esfuerzos que la dirigencia realiza para el sostenimiento de la actividad dentro de los carriles normales y habituales. Pero si se confronta en vez de coordinar, esta conducta puede variar, llevando a los actores a sentirse liberados de la responsabilidad de defender sus intereses y de, simultáneamente, garantizar la gobernabilidad sistémica.

Retomando la cuestión del discurso presidencial, no es la primera vez que se sostiene que "lo peor ya pasó", sugiriendo (una vez más) que todo futuro será mejor.

Atento a lo que se puede esperar de este equipo gobernante, tanto en relación a sus objetivos como en su pericia para alcanzarlos, nosotros nos conformaríamos con que se evite el colapso que podrían provocar los "planes salvadores", y que así, por lo tanto, "no pase lo peor".

Conducirse con serenidad en la inclemencia, es la demanda de la hora.

Ver en el diario